Por: Américo Solis
Cada 8 de marzo, al conmemorar el Día Internacional de la Mujer, reflexionamos sobre su estatus en nuestra sociedad. Aunque esta fecha es una oportunidad para reconocer logros, la realidad sigue siendo preocupante.
Las mujeres continúan siendo víctimas de una sociedad que no respeta plenamente sus derechos de igualdad y empoderamiento, valores que la ONU y la UNESCO han enfatizado como lema para el 2025. La violencia y el crimen en su contra se han normalizado, convirtiéndose en parte del entorno cotidiano.
En este contexto, considero que no hay nada que celebrar. El machismo sigue siendo prevalente, y las agresiones hacia la mujer persisten en diversas formas y niveles. A pesar de los avances en participación y visibilidad, aún existen ideas y estereotipos profundamente arraigados que deben ser superados.
No es suficiente con proclamas, marchas o la activación de instituciones que, a lo largo de su existencia, no cumplen el rol que deberían desempeñar y se convierten en simples almácigos de burocracia. Es fundamental actuar de manera individual, en cada espacio en el que nos encontremos. La lucha no solo debe centrarse en la agresión de un hombre hacia una mujer —como lo demuestran las alarmantes cifras de feminicidios en el Perú—, sino también en las agresiones que las mujeres enfrentan dentro de su propio género, algo que hoy en día es común en el ámbito laboral.
Es fundamental que, desde nuestros hogares y luego en la escuela y la universidad, inculquemos a nuestros hijos e hijas el respeto hacia la mujer y sus derechos. Debemos evitar que consideren normal agredir a una mujer y que, además, ella permanezca en silencio, creyendo que su voz no será escuchada y su sufrimiento seguirá sin ser atendido.
Es hora de reflexionar y actuar, porque las mujeres no necesitan solo un día de celebración; necesitan respeto, justicia y un cambio real en la cultura que permita erradicar la violencia y la discriminación de una vez por todas.
















